¿Vale la pena escribir un blog?

         Es la pregunta que me hice cuando nació en mí la urgencia por compartir lo que escribo. Y supongo que muchos de ustedes han pasado ya por esta incertidumbre.
         Hoy en día con el auge de las redes sociales y el uso masivo de smartphones, los blogs parecen artículos de museo. Inmersos en una cultura que cada vez más se inclina por lo gráfico como medio de expresión, someternos a una pantalla cargada de texto puede espantar a más de uno.      
         Pero hubo una época gloriosa en que los blogs reinaron en la Internet. Desde el final de la década de 1990 aparecieron varias plataformas que permitían al usuario publicar a su antojo todo lo que quisiera. En aquellos tiempos en que ni Google dominaba la red ni Youtube existía, todo el mundo tenía su propio blog.
         Fue por el año 2005 que la manía de publicar entradas periódicamente llegó a su clímax. Y también fue el tiempo en que una incipiente red social empezó a acaparar la atención de los usuarios: Fotolog. Esta nueva plataforma tenía la particularidad de centrarse en la imagen más que en el texto. Si bien sólo era posible subir una fotografía por día, eso no impidió que se convirtiera en un verdadero fenómeno social.
         Y así el blog en tanto medio de publicación fue perdiendo relevancia quieta y silenciosamente.
         Mientras escribo este artículo –que será fundacional– pienso si no sería mejor compartir mis escritos adaptándolos a redes sociales como Instagram o Twitter. Y es que en cierto modo, ya lo he intentado, y déjenme decirles que no funciona. No digo que esto sea una ley universal. En absoluto. Pero a mí no me funcionó. Porque a fin de cuentas todo lo que uno quiere expresar termina amoldándose a las reglas de cada plataforma: la cantidad de caracteres, la obligación de subordinar la palabra a la imagen o la locura de gestar a cada momento likes y followers.
         El formato blog aun conserva el privilegio de poder escribir sin límites, de que la palabra se publique en función de sí misma. Claro que ya no se puede empezar un blog con la pretensión de ganar dinero o vender un producto. Por eso he concebido a este espacio como una bitácora de escritor. También podría haber dicho cuaderno de apuntes. Da igual. Pero prefiero usar la palabra bitácora porque evoca la idea de un viaje. Y en este caso, será una bitácora que nace con un doble propósito: el de compartir mis escritos con quien esté dispuesto a leerlos, y el de crear un back up de mis apuntes. La ventaja de hacerlo público –a pesar de que los consumidores de blogs cada vez sean menos– es que quizá alguien se sienta interpelado por mis palabras y eso lo lleve a escribir, a criticarme, a superarme, a crear su propio blog o a investigar un tema del cuál algún día, quizá, surja un cuento, una novela o un ensayo.
         Y aunque todo parezca indicar que ya nadie lee blogs ni los escribe, el blog no ha muerto.

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