Libros prohibidos


        Los libros están prohibidos. Y no porque esté prohibido el acceso a ellos. Se los prohíbe de otra manera. Haciendo que nadie lea. O haciendo que se lea basura. Para eso siempre está el libro pensado a medida.
         Los clásicos ya no se leen. Y esa es una de las tantas causas de la decadencia de Occidente. En el caso de la literatura distópica, seguramente haya quienes gustan leer las modernas novelas de ese género, como Divergente o Los juegos del hambre, y sin embargo probablemente no hayan leído Farenheit 451 o Un mundo feliz (menos aún Señor del mundo).
El abandono de los clásicos supone una desconexión cultural enorme, un abismo que a nadie parece preocuparle. Y de eso se trata. De que cada uno quede encerrado en sí mismo, en sus propios gustos, ignorante de todo cuanto acontece más allá de su percepción. Si hasta la Segunda Guerra Mundial las fronteras fueron territoriales, y luego durante la Guerra Fría se habló de fronteras ideológicas, hoy las fronteras son sensoriales. No hay nada más allá de los la experiencia propia. Por eso Youtube recomienda solamente lo que el algoritmo piensa que nos va a gustar. Y así likeamos aquello que ya nos gustaba de antemano. Porque lo que gusta no incomoda, no nos saca de la comodidad. Entonces no nos hace preguntarnos nada. No pienso. No descubro. No creo.
         El aburrimiento es lo peor que pueda haber para los ciudadanos de esta modernidad tardía. El aburrimiento es sinónimo de parar, de frenar, de no tener motivación, de morir. Y hoy las personas le tienen miedo a eso. Porque no saben qué hacer con sus vidas. Todo horizonte de trascendencia quedó enterrado junto con el siglo XX. El hombre actual no se pregunta por su existencia. No se pregunta por lo que hay más allá. Se queda con lo accesorio. Prefiere evadirse.
Pero si se lo piensa, el aburrimiento no tiene porqué ser algo negativo. Está en nosotros dejar que sea simple vagancia, u ocio verdadero. Porque el ocio bien entendido no es tiempo perdido: es tiempo libre. Libre de las preocupaciones y las necesidades de la vida cotidiana. Libre de pasiones y distracciones. Es un tiempo en el que el hombre tiene la libertad para desarrollarse y realizarse a sí mismo.
Hoy a los niños les dan un celular desde que tienen dos años para que no se aburran, y así les matan todo estímulo. ¿Y qué estimulan? Sólo los pulgares y el mirar quietos algo. Pero si al niño se le permite el aburrimiento, seguramente moleste y sea necesario aguantarlo un rato, pero vale la pena, porque así va a tener que salir solo de ese aburrimiento. ¿Y qué hace? Mira alrededor, y con lo que tiene empieza a explorar. Hará de las suyas, romperá cosas, pero vale la pena porque va a descubrir el mundo. Si en la casa hay libros, los va a agarrar y aunque no sepa leer, los va a manipular, los va a abrir, a descubrir esos signos raros. Si el libro tiene dibujos o fotos, los va a mirar, va a inventar sus propias historias. Y ese es el primer paso. Un paso enorme. Porque después, cuando sepa leer, ya habrá tenido contacto con los libros desde mucho tiempo antes. Van a ser algo familiar para el niño. Algo que de hecho le gusta, le produce placer. Y es más, cuando crezca, los libros le evocarán su infancia. Libros = felicidad.
Este simple ejemplo demuestra que el gusto por las cosas que no generan placer inmediato, son algo que deben cultivarse. Por eso el deleite que nos ofrece la cultura es siempre mediato. Requiere tiempo y sacrificios.
Cuando hay aburrimiento, hay un obstáculo, hay una situación de la que quiero salir. Y a partir de lo que tengo alrededor, creo, invento. Y así es como todo se creó. Con los libros pasa lo mismo. ¿Por qué se crearon? ¿Qué es un libro? En el principio existió la necesidad de recordar. Como diría Borges, libro es una extensión de la memoria. Y eso lo convierte en el mayor invento de toda la historia.

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