¿Qué estudiar para ser escritor?


Hubo un tiempo en que para componer un poema o escribir una historia bastaba con saber escuchar la voz de la musa, sentarse, y volcar sobre el papel lo que la divina inspiración nos dictara. Sin embargo, hoy el aspirante a escritor en lugar de invocar a la musa, normalmente se preguntará: “Quiero ser escritor, ¿Y eso dónde se estudia?”.*
Por supuesto, la respuesta rápida ―que le darán y que él mismo intuirá― será: “en el mismo lugar donde se estudian todas las carreras”.

En la universidad nuestro aspirante a escritor se encontrará con carreras que circunvalarán el arte de la escritura. Carreras en las que se juzgará la calidad compositiva de los textos o se hablará de los movimientos literarios y su historia. Incluso se topará con carreras en las que se le enseñará sobre el soporte de toda literatura: el libro. Es el caso de Edición y Bibliotecología. Pero ninguna de ellas lo iniciará en los misterios de la pluma y el papel.
Entonces, ¿cómo se forma un escritor? ¿De donde nacen los escritores? ¿Por qué en la carrera de Letras no se enseña a escribir?**
Empecemos por esto último.
Yo también pretendí alguna vez formarme en la universidad como escritor. Y al igual que muchos fracasé en el intento (no de formarme como escritor, sino de hacerlo en la universidad). Las razones que siguen sobre por qué el aspirante a escritor no encontrará lo que busca en la carrera de Letras, son fruto de mi propia experiencia, y por lo tanto son discutibles. Aunque sospecho que tales razones pueden ser fácilmente compartidas por muchos:

1.     “Estudio literatura, pero hasta ahora nunca cursé ni una sola materia que tenga que ver con esto.” Doy fe de la veracidad de estas palabras porque es lo que pensé después de un cuatrimestre y medio de cursar la carrera de Letras. Y no revelaré de qué institución se trata, porque no es necesario. Elijan la universidad que más les guste. Si revisan el plan de estudios, seguramente notarán que primero debe atravesarse un fastidioso camino atestado de política, sociología y economía, antes de entrar en cuestiones literarias. Camino que casi nunca es menor a un año. Y entonces uno se pregunta con justa indignación, ¿vale la pena esperar tanto? ¿Es necesario que primero se lea a Marx o a Weber antes de leer a Poe?

2.     Primero la ideología, después la literatura. Una vez cursado ese primer trayecto plagado de “tipos ideales”, “colectivos” y “sujetos sociales”, se nos figura la pregunta de si para estudiar letras (ni digamos para ser escritor) es necesario absorber todo aquel rejunte de conceptos. Parecería que sí, o por lo menos lo es para el mundillo facultativo. Porque de ahora en más el lenguaje que se hablará entre aquellas paredes será el de las ciencias sociales, digo de la izquierda. Y si nuestro aspirante a escritor ―devenido “ingresante” ― no lo adopta, será debidamente excomulgado.

3.     La familia universitaria es endogámica. En este punto nuestro ingresante, notará que en su facultad no es la literatura lo que hace girar al mundo de las letras. A menos que esa literatura sea políticamente correcta, claro. Y entonces nuestro ingresante se da cuenta de que al parecer existen buenos y malos autores, no según su obra sino según su ideología. Y nota también cómo otros autores son tolerados porque no queda más remedio: sus obras son demasiado grandes como para cajonearlos por “fachos”.

4.     No existe una sola materia en la carrera de Letras dedicada a la formación de escritores. En este punto nuestro ingresante pone sus esperanzas en el futuro. Piensa que esta experiencia es algo momentáneo, que quien resiste gana. Habrá que esperar al próximo cuatrimestre. Pero al inscribirse nuevamente a sus materias descubre horrorizado que nada va a cambiar. Desempolva el olvidado plan de estudios, y comprueba que esa materia no existe. Abandona la carrera y entierra para siempre su proyecto de escritor.

Lo que no puede ver nuestro frustrado aspirante ―porque su dolor no se lo permite― es que, si llegó a este punto, se encuentra mucho más cerca de su meta que antes de inscribirse. Porque aunque crea que perdió el tiempo, se dio cuenta de que la cosa va por otro lado. Pero antes de hablar de eso, quisiera compartir aquello que sí rescato de mi tránsito por la carrera de Letras:

1.     La lectura: Cada vez se lee menos y lo que se lee, disminuye en calidad. Y cuando me refiero a la calidad de los textos, quiero decir  que lo que se lee hoy en día no suele destacar por su complejidad, y por ello su lectura no demanda un gran esfuerzo. En general, las editoriales se han adaptado a este nuevo público, más conectado ―gracias a internet― pero menos instruido. Y aunque no tengas formación, la  universidad te obliga a leer por más que no quieras, porque hay que preparar trabajos prácticos y rendir exámenes. Esto ayuda a que la lectura se convierta en un hábito.

2.     La sistematización del conocimiento: Cursar nos permite acceder a un volumen de información muy grande y a conceptos a los que probablemente no accederíamos de otra manera. Y esto se debe a que nos los presentan ordenados y sistematizados. Esos conocimientos ―aunque no traten sobre cómo escribir― seguramente enriquecerán nuestros escritos.

Y ahora sí, ¿qué se estudia para ser escritor? Claramente no tengo la respuesta. Y no creo que haya alguien que pueda responder definitivamente a esa pregunta. Pero sí puedo animarme a dar tres cabos por los que sospecho que puede desenredarse la madeja:

Borges dijo una vez que «a la larga, para romper las reglas, uno debe conocer las reglas antes». Y para eso, nada mejor que aquel consejo de Ray Bradbury en «Zen en el arte de escribir»: leer. Pero leer de todo. Leer poesía, porque las metáforas son la mejor escuela para crear imágenes en nuestros relatos. Leer también ensayos sobre temas que jamás hubiéramos leído, porque así ampliaremos nuestra mente y le daremos mayor verosimilitud a nuestras historias. Y leer sobre todo aquellas obras que no son grandes, sino apenas mediocres. Porque de lo fallido a veces se aprende más que de lo perfectamente acabado. En suma, leer es el primer paso.
Naturalmente, lo siguiente es escribir. Y no es que escribir venga después de leer como en una secuencia, sino que lo normal es que ambas acciones se den al mismo tiempo, del mismo modo a como le sucede al niño recién alfabetizado: primero se le enseña a leer, aunque más no sean los rudimentos, las vocales, para que entonces después vengan al mundo sus primeros palotes. De ahí en adelante lectura y escritura nunca más se separarán. Si uno deja de leer y de escribir por propia iniciativa a los diez años, leerá y escribirá por el resto de su vida como un niño. La escritura es una semilla que si se la riega germinará y será árbol, pero si no se la cultiva, se petrifica y se convierte en fósil.
Lo último es escribir bien. Porque el fin del escritor no es escribir. Todo escritor que se precie de tal no es un simple escriba. El fin del escritor es escribir, pero escribir bien. Por supuesto que no me refiero a gustos. Quitémonos eso de la cabeza. Me refiero a que toda composición debe poder cumplir su cometido. Como el arquitecto que al construir una casa verá realizada su obra cuando esta pueda proteger a una familia del frío y del calor, brindando protección durante las noches. Lo importante es que la casa cumpla el fin para el cual fue creada. Luego si el color de las paredes gusta más o menos, poco importa. Siempre habrá seguidores y detractores por cuestiones de gusto. Lo que no puede pasar es que la casa se venga abajo y mate a sus habitantes.
Este punto es el más importante. Es el umbral en el que todo aspirante se detiene antes de traspasarlo. ¿Se animará a cruzar? La decisión no es fácil porque estamos ante el umbral de la corrección.
Algunos piensan que la corrección bien puede ser autocorrección y ya. Se equivocan, porque siempre es necesaria la mirada de otro que pueda mostrarnos lo que somos incapaces de ver, para que nos apuntale en nuestras debilidades como escritor, e incluso para que nos avive el fuego cada vez que queremos largar todo y mandarnos a mudar.
Tener un buen maestro es fundamental. Un buen maestro puede ser cualquier escritor de cualquier lugar  y de cualquier tiempo. Aprender de otros autores ―como dice Horacio Quiroga― nos puede dar la ventaja de acceder a su experiencia, y así aumentar la nuestra en siglos. Pero cuidado, que esto no se convierta en excusa para no tener un maestro de carne y hueso, uno que esté vivo y nos pueda decir en la cara que el cuento que le llevamos orgullosos, no es un cuento, sino apenas un borrador. Porque esta es la mayor tentación de los escritores (y de los aspirantes a escritor): la vanidad. Pulir nuestros textos y mejorarlos requiere una alta dosis de humildad. Quien quiera atravesar el umbral de la corrección no puede hacerlo erguido. La puerta es demasiado pequeña, y solo puede cruzarla quien sea capaz de abajarse. Mi consejo es que cada cual busque un maestro ―el mejor que encuentre― y de inmediato se someta a su vara.
Hemos completado la ecuación:

Leer + escribir + corregir (conseguir un buen maestro).

Pero eso no nos convertirá en buenos escritores. Es literatura, no matemáticas.
Vivir la literatura, antes que leerla.
Ese es mi último consejo.



* El presente artículo nació de la inquietud que me generó el video de El Sur-Taller literario y algo más, del escritor Alejandro Baravalle. Los invito a pasar por su canal. 
Hace un tiempo descubrí que en la Argentina ―país donde vivo― sí existe una carrera de escritor. Se trata de la Licenciatura en Artes de la Escritura dictada en la Universidad Nacional de Artes, popularmente conocida como UNA. Pero si en mi artículo me refiero a la carrera de Letras ―carrera que curiosamente no se dicta en la mencionada universidad― es porque en ella decanta la mayoría de aspirantes a escritor.

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