Digital vs. Papel: los e-books y la muerte del libro.
Seguramente
2020 será el año del libro electrónico. Y no porque este formato haya ganado la
guerra contra el libro físico (si es que tal guerra existe). Sino gracias a un
agente externo: un virus.
Desde
que comenzó el confinamiento nos hemos encontrado de pronto con tal cantidad de
tiempo libre que ya no sabemos qué hacer con él. Para los bibliófilos, esta
situación es la oportunidad de ponernos al día con nuestras lecturas.
Entonces
nos damos cuenta de que no deseamos leer lo que hay en nuestra biblioteca (o
simplemente ya lo leímos; aunque siempre haya algo que quede por leer) o que
nuestros pendientes aún estaban pendientes en la lista de compras. ¿Qué hacer?
Los e-books parecen ser la natural respuesta, y las editoriales han sabido
adaptarse a la nueva situación.
Y
justo con este repentino despunte del formato electrónico, reaparecen antiguos
miedos y empolvadas profecías sobre la muerte del libro. VADE RETRO SATANA.
Desde
que se introdujeron las primeras PC hogareñas durante la década de 1980, los
pronósticos sobre la muerte del libro han sido una constante. Casi no hubo
autor de renombre a quien no se le preguntase sobre el tema en las décadas
siguientes. Incluso Umberto Eco llegó a manifestar su hartazgo ante la
persistente pregunta.
Desde
Bill Gates hasta las revistas de actualidad, todo el mundo profetizaba contra
el libro. Pero el libro no se moría. Y si bien nadie descreía de los funestos
vaticinios, los tiempos parecieron acelerarse cuando en 2007 apareció en el
mercado el Kindle de Amazon. Si bien no era el primer e-reader, fue el primero
en popularizarse y hacerse masivo. Los olvidados profetas resurgían de entre
las piedras.
Más
de una década después de aquel lanzamiento, las profecías siguen sin cumplirse.
Ni el e-book destronó al libro, ni el libro se extinguió. Sino que se dio un
curioso fenómeno: ambos crecen mundialmente en volumen de ventas día tras día.
Podría
pensarse entonces que aquella antinomia ya no tiene sentido: nadie cree de
verdad que el libro esté por desaparecer. Pero eso no significa que la
discusión haya terminado. Hoy ha mutado y se nos presenta como una disputa,
como una especie de duelo entre los fanáticos de uno u otro formato. ¿Qué tan
real es esta contienda?
En
principio, lejos de excluirse, e-books y libros parecen complementarse. Según un
estudio publicado por la lingüista Naomi Baron, el 92% de los 429 estudiantes universitarios
consultados por la investigadora, logran una mayor concentración cuando leen
libros físicos en lugar de e-books. El mayor obstáculo: la hipertextualidad. Es decir que la tan ponderada conectividad que
ofrecen los dispositivos electrónicos es el principal enemigo de la
concentración.
Entonces,
¿es mejor leer en papel que en formato electrónico? Depende del tipo de lectura
a la que recurramos. Debido a la propensión a las distracciones que ejercen los
dispositivos electrónicos sobre los lectores, los e-books son ideales para
lecturas ligeras, es decir las típicas lecturas de “colectivo” (que se pueden
leer en el transporte público). Sin embargo la hipertextualidad no tiene porqué ser en sí un obstáculo. Puede
convertirse en un recurso de gran utilidad si lo que estamos buscando es
información. Las enciclopedias, manuales y recetarios son una buena opción para
leer en este tipo de formatos.
A
esta sana característica de los e-readers habría que sumarle otras como la
posibilidad de acceder a materiales que no se encuentran fácilmente en papel,
como es el caso de las ediciones descatalogadas, o los libros importados cuyo
disfrute depende muchas veces de los caprichos aduaneros y cambiarios. Y no nos
olvidemos, por supuesto, de la agilidad de estos aparatos que no pesan más de
200 gramos y que permiten almacenar más de mil libros en su memoria. En este
sentido, vemos como el e-book permite llegar a los lectores de mercados
lejanos, ventaja sobre todo apreciada por los autores primerizos que ansían
darse a conocer.
El
e-book nos conecta a una pantalla, nos inserta en la lógica de la Revolución
digital. Revolución que permanentemente trabaja para esconder su gran
contradicción: es materialista, pero contraria a toda materialidad. Es la
revolución del deseo, no de la posesión. Según su espíritu “todo lo sólido se
desvanece en el aire”. De ahí que los libros sean tenidos por anacronismos
sentenciados a muerte.
¿Son
sólo materiales las diferencias entre ambos soportes? La llamada Revolución
digital nos dice que sí. Leer un e-book es más “práctico”. Por empezar, el
formato electrónico es más barato. Con los e-readers hay una fuerte inversión
en el soporte, que luego se amortiza gracias a los económicos precios de los
e-books. Muchos de ellos pueden descargarse gratuitamente e incluso los que son
pagos cuestan mucho menos que los libros impresos.
Y
aunque el e-book se nos presente como la simplificación del libro, como su
depuración, sabemos que detrás del aspecto corporal y físico ―de
las hojas, del lomo y las tapas― se esconde un alma. Y también
sabemos los bibliófilos que el alma necesita de un cuerpo para existir. El
libro nos evoca mucho más de lo que encierran sus páginas. Nos recuerda a
aquella novia que lo compró especialmente para nosotros. Nos transporta a la
niñez, a la navidad en que nuestro abuelo nos regaló aquel ejemplar. O nos hace
añorar las horas de siesta en las que mientras todos dormían nosotros
hurgábamos la biblioteca de casa. En el formato digital todo eso se pierde
porque en él no hay historia. Esto hace que todos los e-books sean en cierta
manera iguales entre sí, ya que carecen de paratexto.
Hasta lo que en el papel hubiera sido obra del editor y de los diseñadores ―como el estilo
y el tamaño de la tipografía― pueden ser modificados por el lector en su Kindle.
¿Morirá
entonces el libro? Lo más probable es que no. Porque el e-reader no puede
reemplazarlo. No es su versión mejorada, sino tan sólo un soporte más, gracias
al cuál es posible acceder a un texto.
El
libro está instalado en el corazón de nuestra cultura. Durante siglos fue el
canal privilegiado desde el cual se accedía al conocimiento. Gracias al libro
era posible destacar sobre los demás mortales, elevarnos hasta lo más alto y
alcanzar las grandes verdades legadas por los antiguos. Por eso destruir libros
es un tabú. Cambiarlos por una pantalla sigue siendo para muchos una herejía.
Al parecer, los e-books no lograrán destronar al
libro impreso. Pero las ediciones físicas deberán aprender a convivir con su
nuevo socio. Queda en nosotros los lectores, forjar la amistad entre el papel y
la pantalla.
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